Una vez un mago inventó un aparato para hacer cometas. Se parecía un poco a una máquina de cortar sopa, pero no era igual, y servía para fabricar cometas para todos los gustos, grandes o pequeñas, con la cola sencilla o doble, con luz amarilla o encarnada, etcétera. El mago iba por los pueblos y las ciudades y no dejaba de acudir a ningún mercado; iba incluso a la Feria de Muestras de Milán y a la Feria de Caballos de Verona, y mostraba su aparato en todas partes, explicando su funcionamiento. Las cometas salían pequeñas, con un hilo para sostenerlas, pero luego, a medida que iban subiendo, se hacían del tamaño deseado, e incluso las mayores eran facilísimas de manejar. La gente se aglomeraba en torno al mago, como hace siempre alrededor de los que venden aparatos en los mercados, ya sean para hacer más finos los fideos o para pelar patatas, pero nunca compraban ni una cometa de las más pequeñas. - Si fuera un globo, quizá - decía una buena mujer -, pero si le compro una cometa a mi hijo, es capaz de hacer cualquier travesura. Y el mago: - ¡Vamos, ánimo! Vuestros hijos irán a las estrellas; comenzad a acostumbrarlos desde pequeños. - No, no gracias. Puede que vaya alguien a las estrellas, pero mi hijo, de seguro que no. - - ¡Cometas! ¡Cometas de verdad! ¿Quién quiere cometas? Pero no las quería nadie. El pobre mago, a consecuencia de no comer, porque no ganaba ni una peseta, se quedó en la piel y los huesos. Y una tarde que tenía más hambre que de costumbre transformó su aparato para hacer cometas en un quesito y se lo comió. "Cuentos por Teléfono" Gianni Rodari ![]() |
martes, 27 de abril de 2010
El mago de las cometas
El mago de las cometas
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